8 de octubre de 2013

Y allí sigues tú, en lo soñado.

Hace poco discutía con alguien sobre la realidad del amor, eso que sobrepasa la retórica y se vuelve acción, que se concreta en realidades simples con efectos complejos, amor de verdad con emociones moderadas, punzones de emoción momentáneos, desde luego más razón que corazón, más realidad que destellos de colores. 

La conversación avanza y yo reflexiono sobre la complejidad de mis acciones, una vida circular que se repite una y otra y otra vez y siempre es igual, las mismas lágrimas, el mismo sacrificio, el mismo silencio, el mismo miedo, las mismas ideas que jamás serán conocidas y menos realizadas. 

Simplemente soñé que podrías estar a mi lado, con las noches avanzando sobre mi calendario pensar en ti es una costumbre, una costumbre vital, un aliento, un respiro. De a poco y teniendo tan claro que siempre estoy para imaginaciones, te convertiste en una eterna imaginación pasajera. Hoy me pregunto cómo has sido intocable a la ráfaga de suspiros? Solo eres un lejos con su siempre. 

Meditaba que tengo la obligación de intentarlo, después de todo fusionarte con mis sueños parece la acción más natural que haces, y mientras sueño mil historias sin sentido, afirmo el pensamiento de que terminaré  rentando un corazón sin estacionamiento, pero como diría un tal Mario que a veces leo, esa terrible costumbre de soñar me hizo planear que en un instante sin saber como ni porque que de repente me necesitaras. 

Pensar que todo sería tan fácil con una simple respuesta de tus labios... pero al volver a la tierra, a una realidad tan extraña y tan común, el tiempo es solo un sonido quieto un universo en donde todo se repite, sobre todo la historia de mi vida: esperar lo inexistente mientras las cortinas de humo se vuelven la especialidad de la casa, en donde no hay sentimientos, menos dulzura, en donde la ternura es exterminada en un segundo. 

No sé muy bien si lo soñé o lo viví, creo que alguna vez fui una niña tierna que aprendió a sufrir y a entender que nada se hace con ternuras de esa clase, ahora lo olvide, y tratar de recuperarlo es un ritual decadente, doloroso y cómico en el que es mejor no sucumbir. No es arrogancia, es el único camino para mantener en pie lo poco que aún vale la pena. 

Así  la conversación llego a su fin, resolviendo que las "acciones amatorias" deberían ser contundentes e inaplazables, sin embargo, algunos nacimos para escribir lo que otros con un poco más de valor se atreven a vivir.

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