-Este es el punto? Preguntó Mariana con una sonrisa agónica dibujada en sus labios.
-El punto de qué? Respondió Carlos sin mostrar asombro.
-El punto de la vida donde por fin te cansaras?
Sobresaltado, ni por el tono, ni por las palabras, sino por los significados, se levantó Carlos de la cama, tomó su abrigo, sus llaves, un sombrerito ridículo que aunque sabía que le quedaba horrendo, lo llevaba por manía en aquellos días, azotó la puerta y se puso a andar.
Refunfuñaba eléctrico por la insolencia de Mariana y sufría monstruosamente por su mediocridad.
Acababan de amarse como cuando se ama al no sentir nada, con la mecánica de una máquina que no produce nada, la amo muchas veces y en el fondo sabía que Mariana también se prestaba para un juego en el que ya ni siquiera había pasión.
En un parque con una botella del licor más barato que compró con los únicos tres pesos que tenía en el bolsillo, Carlos pensaba en los cuchillos que Mariana clavó en su ser. Cansarse??? Si que era estúpida, pero mayor su propia estupidez al querer esconderse a sí mismo que su Mariana conocía tan bien como él mismo su fracaso. Pero el punto no era el fracaso, era lamentarse de él, cuando a la larga era la única compañía fiel que tenía.