19 de febrero de 2014

Posible epitafio de un soñador

-Este es el punto? Preguntó Mariana con una sonrisa agónica dibujada en sus labios.
-El punto de qué? Respondió Carlos sin mostrar asombro.
-El punto de la vida donde por fin te cansaras?

Sobresaltado, ni por el tono, ni por las palabras, sino por los significados, se levantó Carlos de la cama, tomó su abrigo, sus llaves, un sombrerito ridículo que aunque sabía que le quedaba horrendo, lo llevaba por manía en aquellos días, azotó la puerta y se puso a andar.

Refunfuñaba eléctrico por la insolencia de Mariana y sufría monstruosamente por su mediocridad. 

Acababan de amarse como cuando se ama al no sentir nada, con la mecánica de una máquina que no produce nada, la amo muchas veces y en el fondo sabía que Mariana también se prestaba para un juego en el que ya ni siquiera había pasión.

En un parque con una botella del licor más barato que compró con los únicos tres pesos que tenía en el bolsillo, Carlos pensaba en los cuchillos que Mariana clavó en su ser. Cansarse??? Si que era estúpida, pero mayor su propia estupidez al querer esconderse a sí mismo que su Mariana conocía tan bien como él mismo su fracaso. Pero el punto no era el fracaso, era lamentarse de él, cuando a la larga era la única compañía fiel que tenía.  

Carlos había fracasado en sus sueños y resolvió hacer lo que podía y no lo que quería y en la monotonía de su oficio, cuando se saturaba, harto de sí mismo desempolvaba mil y un escritos que le recordaban como era su alma y cual había sido su sueño. 

Esa noche en el parque los recordó y en ese pequeño minuto vibro como el fuego de una antorcha al encenderse. Pero ya Carlos estaba cansado, y lo supo, Mariana tenía razón, en este punto estaba tan agotado de su rutina, de su gente, de Mariana, estaba hastiado de amar a medias, de soñar a medias, de vivir a medias, sin embargo su cansancio no era suficiente como para dejarlo todo de una buena vez y marcharse con algún desconocido o desconocida en su bicicleta. 

Ya ni el cansancio le bastaba, no esperaba un milagro no por falta fé sino porque alguna vez pensó que su milagro se había equivocado de camino y llegando donde alguien más, abandonándolo a su suerte. A este punto Carlos no tenía ni milagros. 

En la borrachera del alcohol etílico que injería, deseaba romperse la cara, el alma y los huesos contra una pared. Era verdad estaba cansado, pero no era suficiente para sacarlo de su letargo.

Tan amargo el llanto de Carlos en el parque entristecía a otros borrachos que bebían por gusto y no por necesidad, estaban asistiendo a la muerte de un soñador. Pero no moriría, solo lloraría como un niño mimado para después continuar con su rutina, un día más a la oficina, con sus labores y sus sueños en la misma línea, ambos amontonados en muchos papeles y correos electrónicos.

Por su parte, Mariana tampoco se iría, pues aunque no era feliz, a lo mejor regodearse en el fracaso de Carlos la alentaba para seguir una mañana, un día más; era su castigo para su amado, restregarle su fracaso en la cara para callar la frustración de también renunciar a un sueño individual por compartir una ilusión común. Sin embargo, guardaba la esperanza de que los sueños serían más hondos que la implacable sociedad que por unas monedas demolía esperanzas, conciencias y cambiaba mentalidades.      

Para comer hay que hacer cosas que los seres humanos no tienen pensadas, para comer no puedes ser un artista sin público. 

Carlos volvió horas después empapado de lluvia, ya no tenía el sombrero lo había destrozado en un vendaval de groserías, cuando estallo de desesperación al no encontrar el camino a casa ni el camino a su vida. 

Al abrir la puerta y ver a Mariana taciturna, ensimismada, escuchando sordamente el llanto de un niño, sirvió café y se consoló mediocremente pensando que habría otros soñadores más fracasados que él, además vivían en la soledad. Y aunque en realidad estaba solo y su mujer ya no lo era, era la mujer de un niño pequeño que era su hijo. Finalmente resolvió que su milagro había llegado cuando encontró algo para comer. 

Carlos no se cansaría, Mariana no se iría y seguirían así por años, probando alcohol etílico de vez en cuando para olvidarse que los seres humanos nacimos para comer y no para soñar.             


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