14 de julio de 2014

La muerte es una morena mujer

Yo también he pensado en la muerte como una mujer morena, de cabellos ensortijados, de ojos brillantes, de gruesa complexión, una mujer llorona y sola que se lamenta de su soledad. Incomprendida camina con las manos enredadas en su vestido de flores, ella es romántica, revolucionaria, pero su revolución ha sido infructuosa. 

Cuando era niña lloraba con facilidad absorta en la excéntrica belleza de los paisajes de las estrellas que ya no existen en las ciudades, pasmada con la simplicidad de la naturaleza humana buscaba entre sus pasos la normalidad que no le fue concedida. Era rara, una niña de voz preciosa, pero siempre rara, hablando sola en las calles de mármol de su tierra natal pasó sus días queriendo cambiar su destino, queriendo sentir que el viento en su cara se colaba por sus venas y la hacía volar. 

En su juventud no fue menos que preciosa, sus curvas violentas llamaban la atención de los turistas y los nativos hasta que la hora extraña llegaba y acababa por igual con hombres, mujeres y niños... los disfrutó, en verdad lo hizo, tantas veces miraba los ojos de sus amantes reales e imaginarios y disfrutaba robar su brillo. Se sentía superior a cualquier criatura, no porque lo fuera o porque pudiera llevar consigo a quien quisiera pues finalmente ni siquiera ella podía actuar a su propia voluntad, simplemente era superior porque de alguna manera su propósito se realizaba. 


Con los años lloraba por dentro, lloraba para su alma, una incomprendida total, se volvió un objeto sin sentido, empezaron a citarla por igual los músicos, los poetas, los religiosos, los políticos, los vagos, los grandes y los pequeños; con los años le han hecho más daño a ella del que ella misma ha causado. Esa mujer morena, enamorada de las ideas de su cabeza ha deseado morir también más de un centenar de veces, en las noches después de tanto trabajar se escapaba de sus pensamientos y después de un par de copas lloraba para afuera y gritaba y se lamentaba. Pocos la han visto llorar, dicen que sus lágrimas como las del fénix pueden sanar... ya han pasado tantos años.

Su rostro tiene marcas, sus cabellos ensortijados tienen canas, ya no viste de flores, no porque le avergüencen las flores sino porque en la simplicidad de su vestir vuelve misterio lo profundo de su ser; tiene amigos, es inspiradora, es terror, es autoridad, es miedo, es lágrima, fiesta y risa al mismo tiempo, pero por encima de todas esas cosas es una mujer de ojos brillantes que lo dicen todo al mirarlos. 

Tanto dicen tus ojos y tan poco muestra tu actitud, crees que me engañas con tu petulancia postiza, crees que no sé que te lamentas cuando te invocan y te llaman y te gritan y todos ignoran lo que hay en tu interior. No te conozco lo sé, pero te he imaginado, tan propia, tan libre, tan revolucionaria, tan llena de dolor profundo. 

Y es que si no tuviera la revolución en el alma, allí adentro, no podría levantarme en las mañanas porque la esperanza del cambio será solamente una carcajada barata del destino, si no tuviéramos la libertad seriamos autómatas con vías resueltas desde el primer momento; pero para comprender la libertad necesitas estar primero entre las cadenas y cuando se rompen las cadenas, cuando se rompieron mis cadenas tuve que mirar tus ojos brillantes y charle contigo, no dijiste muchas cosas lo recuerdo, pero en tus conclusiones destrozaste con el abrazo cruel de las cosas inevitables lo construido para dejarme viva, con la vida en su estado más puro cubierta apenas por la incertidumbre, llena de una sensación pavorosa la de no tener anclas, la de no tener nada, abrazada a la nostalgia de las cosas rotas, con el espanto de la compulsión social, con las armonías más bellas de la noche en silencio. 

A esa morena mujer le pedí que me buscara en unas décadas más, cuando los años mesuren mi revolución y cuando mi libertad viva haya dejado todo resuelto y que me lleve cuando caiga la tarde para morir con el sol, para partir con la tarde y dejar a la mágica noche la eterna virtud de la nostalgia y la felicidad. 

Finalmente diría lo que escribió Borges:

Cristal de soledad, sol de agonías. Adiós las mutuas manos y las sienes que acercaba el amor. Hoy solo tienes la fiel memoria y los desiertos días. 

Nadie pierde sino lo que no tiene y no ha tenido nunca, pero no basta ser valiente para aprender el arte del olvido...

Y aunque las horas son tan largas, una oscura maravilla nos acecha, la muerte, ese otro mar, esa otra flecha que nos libra del sol y de la luna y del amor. La dicha que me diste y me quitaste debe ser borrada; lo que era todo tiene que ser nada. 

Lo que te puedo decir a ti mujer morena es que te veré más adelante fugitiva del tiempo. 



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